La oración es un diálogo profundo con Dios, y, como en todo diálogo, se
hace imprescindible la escucha, la actitud abierta y receptiva hacia
Aquel de quien lo esperamos todo, en quien confiamos y a quien
entregamos nuestra vida.
"Bienaventurado
él varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de
pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la
ley de Dios está su delicia, y en su ley medita de día y de noche. Será
como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su
tiempo y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará". (Salmo 1:1-3).
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